lunes, 15 de febrero de 2016

Historias de Lisboa



Dirigida por Wim Wenders en el año 1994, con música de Madredeus.

Nos cuenta la historia de un Philip Winter que va a Lisboa por solicitud de un amigo suyo Friedrich Monroe, quien le pide que produzca el sonido de un nuevo filme que está haciendo. Al llegar se da cuenta que no está su amigo, sin embargo decide producir el sonido de la película inacabada con la esperanza de encontrarlo. Al final lo encuentra y lo convence de terminar la película. 

La manera cómica en la que nos va introduciendo a la trama es desde los primeros minutos un gancho eficaz, para una película que tiene una profunda reflexión acerca del cine. Los recursos utilizados nos muestran cómo puedes economizar, como cuando pierde una llanta, la toma se cierra con un círculo que va haciéndose más pequeño hasta que deja la pantalla completamente negra, cuando se abre este círculo, vemos como ya resolvió la situación. Pero por otro lado se empeña en señalar lo evidente, pues vemos y escuchamos (el cambio de idioma y las noticias de la radio) mucho de la larga distancia que recorre, pero nos lo tiene que recordar con un dialogo innecesario.
La importante relación de lo simbólico con respecto a la imagen en movimiento y el sonido se refleja cuando el protagonista hace a los niños “ver” a través de los efectos de sonido que él puede reproducir. El ver a través del sonido es algo que se repite constantemente a lo largo del filme, como ya se menciono podemos percibir la distancia que recorre solo escuchando la radio. La imagen está ligada a la imagen “escucho sin ver, entonces veo”. Mientras el protagonista comienza a grabar sonidos de las cintas que encontró, más se tiene la sensación de que se acerca a su compañero, como si el sonido siguiera a la imagen.
La historia alterna que se cuenta es el enamoramiento de Winter con la vocalista, dueña de la enigmática casa donde vive y donde está la ausencia de su amigo, ausencia que intenta grabar en sonido. Es claro que se enamora de ella pero primero la escuchó.  

Cuando finalmente se encuentran los amigos, tienen una discusión acerca de los problemas de la imagen, que básicamente son las mismas problemáticas que plantea la fotografía; lo que busca el Fiedrich es crear imágenes que no tengan el control del ojo humano, porque éste se come el alma de las cosas que filma, el control mismo, el decidir qué plano, qué secuencia, cómo se debe ver son en suma lo que mata las cosas, cambiándolas. En respuesta Fiedrich decide grabar las cosas que suceden a su espalda mientras camina pos Lisboa, guarda las cintas y nunca las ve, para que así, las próximas generaciones sepan como fue el mundo de la manera más fidedigna posible; es lo que él llama las “imágenes no vistas”.
Es interesante la posición que toma, a partir de una reflexión que proviene de experimentar con las cámaras de video portátiles, le hacían sentir como poco a poco cedía el control, pero entonces ¿quién tiene el control?, ¿la cámara?, de ser así, supone que es preferible que la cámara tome las decisiones, quizá con la idea de encontrar la objetividad de la imagen, pero entramos en temas de índole teórico, ya que la cámara no ve como el ojo humano, y lo que registra no es lo que el humano ve, sino que cuando el hombre lo ve, el cerebro por un lado es engañado y por el otro hay un esfuerzo de hacer reconocible lo que ve.  Entonces, cabe dudar si la cámara es el mejor medio para tener esas “imágenes no vistas”.

Quizá profundizo de más con la premisa que la película nos deja entrever, quizá solo es una invitación a la reflexión. La manera en la que le contesta Philip Winter es una cinta de video, donde solo graba el audio, es otro juego simbólico, pues a través de las palabras, lo que no se puede ver, le muestra su error, y lo convence sin muchos argumentos de terminar su película.

Es una bella película, con la música de la agrupación Madredeus, con un color brillante casi todo el tiempo. Quiero cerrar con la frase del poeta Pessoa:

En pleno día, hasta los sonidos brillan

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