Dirigida por Wim Wenders en el año 1994, con música de Madredeus.
Nos cuenta la historia de un Philip Winter que va a Lisboa
por solicitud de un amigo suyo Friedrich Monroe, quien le pide que produzca el
sonido de un nuevo filme que está haciendo. Al llegar se da cuenta que no está
su amigo, sin embargo decide producir el sonido de la película inacabada con la
esperanza de encontrarlo. Al final lo encuentra y lo convence de terminar la película.
La manera cómica en la que nos va introduciendo a la trama
es desde los primeros minutos un gancho eficaz, para una película que tiene una
profunda reflexión acerca del cine. Los recursos utilizados nos muestran cómo
puedes economizar, como cuando pierde una llanta, la toma se cierra con un círculo
que va haciéndose más pequeño hasta que deja la pantalla completamente negra,
cuando se abre este círculo, vemos como ya resolvió la situación. Pero por otro
lado se empeña en señalar lo evidente, pues vemos y escuchamos (el cambio de
idioma y las noticias de la radio) mucho de la larga distancia que recorre,
pero nos lo tiene que recordar con un dialogo innecesario.
La importante relación de lo simbólico con respecto a la
imagen en movimiento y el sonido se refleja cuando el protagonista hace a los
niños “ver” a través de los efectos de sonido que él puede reproducir. El ver a
través del sonido es algo que se repite constantemente a lo largo del filme,
como ya se menciono podemos percibir la distancia que recorre solo escuchando
la radio. La imagen está ligada a la imagen “escucho sin ver, entonces veo”.
Mientras el protagonista comienza a grabar sonidos de las cintas que encontró,
más se tiene la sensación de que se acerca a su compañero, como si el sonido
siguiera a la imagen.
La historia alterna que se cuenta es el enamoramiento de Winter
con la vocalista, dueña de la enigmática casa donde vive y donde está la
ausencia de su amigo, ausencia que intenta grabar en sonido. Es claro que se
enamora de ella pero primero la escuchó.
Cuando finalmente se encuentran los amigos, tienen una discusión
acerca de los problemas de la imagen, que básicamente son las mismas problemáticas
que plantea la fotografía; lo que busca el Fiedrich es crear imágenes que no
tengan el control del ojo humano, porque éste se come el alma de las cosas que
filma, el control mismo, el decidir qué plano, qué secuencia, cómo se debe ver
son en suma lo que mata las cosas, cambiándolas. En respuesta Fiedrich decide
grabar las cosas que suceden a su espalda mientras camina pos Lisboa, guarda
las cintas y nunca las ve, para que así, las próximas generaciones sepan como
fue el mundo de la manera más fidedigna posible; es lo que él llama las “imágenes
no vistas”.
Es interesante la posición que toma, a partir de una
reflexión que proviene de experimentar con las cámaras de video portátiles, le hacían
sentir como poco a poco cedía el control, pero entonces ¿quién tiene el
control?, ¿la cámara?, de ser así, supone que es preferible que la cámara tome
las decisiones, quizá con la idea de encontrar la objetividad de la imagen,
pero entramos en temas de índole teórico, ya que la cámara no ve como el ojo
humano, y lo que registra no es lo que el humano ve, sino que cuando el hombre
lo ve, el cerebro por un lado es engañado y por el otro hay un esfuerzo de
hacer reconocible lo que ve. Entonces,
cabe dudar si la cámara es el mejor medio para tener esas “imágenes no vistas”.
Quizá profundizo de más con la premisa que la película nos
deja entrever, quizá solo es una invitación a la reflexión. La manera en la que
le contesta Philip Winter es una cinta de video, donde solo graba el audio, es
otro juego simbólico, pues a través de las palabras, lo que no se puede ver, le
muestra su error, y lo convence sin muchos argumentos de terminar su película.
Es una bella película, con la música de la agrupación Madredeus,
con un color brillante casi todo el tiempo. Quiero cerrar con la frase del
poeta Pessoa:
En pleno día, hasta los sonidos
brillan
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